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Como si faltara el aire de vez en cuando, como si todo el aire no llegara a saciar nuestras ansias acumuladas de respirar con normalidad después de tan larga y agotadora carrera. Había ido el primero, de eso no había duda, pero había tropezado y ahora se quedaba rezagado, penúltimo eslabón de una aventura perdida. No le habían esperado, como ordenaba el mandato: "los primeros primeros serían y a nadie esperarían" Pronto aquellas primeras posiciones se fueron convirtiendo en lejanos puntos en el horizonte crepuscular y poco a poco, como llevadas por un resorte desconocido que hace los pasos más pesados, sus piernas y pies fueron deteniéndose; el cuerpo empezó a pesar y sus rodillas a ceder ante tal peso hasta que calló arrodillado y, como fulminado por un rayo terminó gritando de rabia y frustración. No golpeó el polvoriento camino una sola vez, no. Hasta diez veces sus puños golpearon enfurecidos aquella tierra que tanto le había odiado desde el mismo momento que había nacido. No. Él no era como ellos, aunque lo hubiera deseado con todas sus fuerzas. Él era un extranjero en tierras hostiles, él era un enemigo en campo contrario, él era nadie. Y así había nacido y le habían apodado: Nadie.

Se había apuntado a la carrera simplemente para demostrar que él podía podía ser como ellos a pesar de venir de lejos, de ser un extranjero y un don nadie, porque sabía que lo era. Cuando los gritos, reproches y puñetazos frustrados hacía la tierra cesaron, sus ojos fueron los llamados a demostrar una vez más -ahora en silencio- que todo aquello era real, que él también sentía emociones y podía transmitirlas y así, con esos pensamientos, luchando contra el peso mortal que le atenazaba en el suelo, se incorporó y, con una manga más llena de polvo que limpia, echó nuevamente a correr. Le llevaban desventaja pero él era él. El hijo del Aire y del Viento. Y haría honor a su ascendencia. Primero pocos pasos torpes y deshabituados, descoordinados. Luego poco a poco a medida que la confianza iba haciendo mella en él, empezaron a ser coordinados, habituados, para nada torpes y poco a poco, empezó a recorrer aquellas millas que le separaban de la meta. Sabía que le quedaba mucho camino por recorrer pero aquello que se quiere se consigue o eso había oído tiempo atrás en su destierro.

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Como si faltara el aire de vez en cuando, como si todo el aire no llegara a saciar nuestras ansias acumuladas de respirar con normalidad después de tan larga y agotadora carrera. Había ido el primero, de eso no había duda, pero había tropezado y ahora se quedaba rezagado, penúltimo eslabón de una aventura perdida. No le habían esperado, como ordenaba el mandato: "los primeros primeros serían y a nadie esperarían" Pronto aquellas primeras posiciones se fueron convirtiendo en lejanos puntos en el horizonte crepuscular y poco a poco, como llevadas por un resorte desconocido que hace los pasos más pesados, sus piernas y pies fueron deteniéndose; el cuerpo empezó a pesar y sus rodillas a ceder ante tal peso hasta que calló arrodillado y, como fulminado por un rayo terminó gritando de rabia y frustración. No golpeó el polvoriento camino una sola vez, no. Hasta diez veces sus puños golpearon enfurecidos aquella tierra que tanto le había odiado desde el mismo momento que había nacido. No. Él no era como ellos, aunque lo hubiera deseado con todas sus fuerzas. Él era un extranjero en tierras hostiles, él era un enemigo en campo contrario, él era nadie. Y así había nacido y le habían apodado: Nadie.

Se había apuntado a la carrera simplemente para demostrar que él podía podía ser como ellos a pesar de venir de lejos, de ser un extranjero y un don nadie, porque sabía que lo era. Cuando los gritos, reproches y puñetazos frustrados hacía la tierra cesaron, sus ojos fueron los llamados a demostrar una vez más -ahora en silencio- que todo aquello era real, que él también sentía emociones y podía transmitirlas y así, con esos pensamientos, luchando contra el peso mortal que le atenazaba en el suelo, se incorporó y, con una manga más llena de polvo que limpia, echó nuevamente a correr. Le llevaban desventaja pero él era él. El hijo del Aire y del Viento. Y haría honor a su ascendencia. Primero pocos pasos torpes y deshabituados, descoordinados. Luego poco a poco a medida que la confianza iba haciendo mella en él, empezaron a ser coordinados, habituados, para nada torpes y poco a poco, empezó a recorrer aquellas millas que le separaban de la meta. Sabía que le quedaba mucho camino por recorrer pero aquello que se quiere se consigue o eso había oído tiempo atrás en su destierro.