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Era una preciosa mañana del Tiempo de Recolectar e Irÿa salió junto a las demás mujeres a encargarse del asunto. El sol impactaba en sus cabellos dorados y su mirada verdosa analizaba con paciente escrutinio la lejania boscosa que rodeaba a su tribu.
-¿Qué es eso que tanto miras, Irÿa?
-El silencio que nos rodea, Samae -contestó, mirándola.
-Siempre tan intuitiva, ¿cierto? Aún es pronto para que todo despierte, no hay de qué preocuparse.-Le sonrío.

La joven regresó la mirada a aquella anciana y luego al bosque, cayó en la cuenta de que los rayos del sol apenas sí bañaban con su calor aquella zona donde vivían.
-Debes dejar que la naturaleza tome su curso. Todo despierta con lentitud pero luego es un ritmo frenético el que toma, deberías saber eso ya, pues es época en el que todo el frenesí se despliegue ante tus ojos. ¿Cuánto tarda en germinar una flor? -cuestionó.
-Depende de lo perezosa que sea -le contestó lo que arrancó una risa de Samae.
-Las flores no son perezosas, Irÿa. Ven, vamos a ayudar en la cocina -a lo que la niña de cabello trenzado, asintió.

El pueblo celta de los Orots vivía en una isla norteña donde siempre hacía frío pero la sonrisa esbozaba sus rostros cincelados por el viento. Rubios de ojos azules, había algún que otro pecoso pelirrojo. Por más señas decir que eran un pueblo bendecido por los espíritus más feroces y libres de aquel mundo conocido: los dragones. No. No se les conocía como Jinetes de Dragones pero tenían fama de amaestrarlos. ¿El cómo lo hacían? Eso era su secreto. ¿Te atreves a conocerles?

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Era una preciosa mañana del Tiempo de Recolectar e Irÿa salió junto a las demás mujeres a encargarse del asunto. El sol impactaba en sus cabellos dorados y su mirada verdosa analizaba con paciente escrutinio la lejania boscosa que rodeaba a su tribu.
-¿Qué es eso que tanto miras, Irÿa?
-El silencio que nos rodea, Samae -contestó, mirándola.
-Siempre tan intuitiva, ¿cierto? Aún es pronto para que todo despierte, no hay de qué preocuparse.-Le sonrío.

La joven regresó la mirada a aquella anciana y luego al bosque, cayó en la cuenta de que los rayos del sol apenas sí bañaban con su calor aquella zona donde vivían.
-Debes dejar que la naturaleza tome su curso. Todo despierta con lentitud pero luego es un ritmo frenético el que toma, deberías saber eso ya, pues es época en el que todo el frenesí se despliegue ante tus ojos. ¿Cuánto tarda en germinar una flor? -cuestionó.
-Depende de lo perezosa que sea -le contestó lo que arrancó una risa de Samae.
-Las flores no son perezosas, Irÿa. Ven, vamos a ayudar en la cocina -a lo que la niña de cabello trenzado, asintió.

El pueblo celta de los Orots vivía en una isla norteña donde siempre hacía frío pero la sonrisa esbozaba sus rostros cincelados por el viento. Rubios de ojos azules, había algún que otro pecoso pelirrojo. Por más señas decir que eran un pueblo bendecido por los espíritus más feroces y libres de aquel mundo conocido: los dragones. No. No se les conocía como Jinetes de Dragones pero tenían fama de amaestrarlos. ¿El cómo lo hacían? Eso era su secreto. ¿Te atreves a conocerles?