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Ese estúpido estado lento, marginado, solitario, en el que, sin quererlo, te pierdes cuando la tarde de domingo nos abandona, cae el sol y nadie ha llamado a tu puerta, nadie viene ya. Te pierdes en la inmensidad de la cansina monotonía queriendo desgranar siglo a siglo todos los segundos que, eternos, descuentan las agujas del reloj.

Y de repente te quedas a oscuras, enciendes la luz y el silencio se vuelve más acuciante, más exasperante, más frustrante. Y deseas gritar con el solo fin de, al menos, oír una gota de sonido en toda la inmensidad que dejas al respirar. Escuchas las respiraciones de los vecinos, sus jaleos y sus discernires, sus fiestas y sus discusiones y deseas tener a alguien a tu lado, aunque sea solo para discutir, alguien.

Ese alguien que tanta falta hace y que solo deja a su ausencia junto a nosotros, ese alguien que solo deja a la soledad pegada a nuestro cuerpo, pensamiento, alma. Y sigues esperando porque alguien regrese, porque alguien hable. Y miras la tonta pantalla del televisor, sujetando con desgana el mando y pasas de una cadena a otra, sin saber qué te venden o qué te pierdes, sin recavar información porque hasta eso te asquea ya.

Quieres huir de la mano de alguien más, evaporarte en otros mundos y sentir que alguna razón tuvo la existencia de tanta perdurabilidad. Y piensas, te pierdes por tus silencios, y ahondas en lo que deseas callar y esquematizas los problemas, les vuelves algoritmos matemáticos de nula resolución. Y piensas, sigues pensando. Miras el reloj y sigue siendo la misma hora.

Desesperante minuto que no pasa.

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Ese estúpido estado lento, marginado, solitario, en el que, sin quererlo, te pierdes cuando la tarde de domingo nos abandona, cae el sol y nadie ha llamado a tu puerta, nadie viene ya. Te pierdes en la inmensidad de la cansina monotonía queriendo desgranar siglo a siglo todos los segundos que, eternos, descuentan las agujas del reloj.

Y de repente te quedas a oscuras, enciendes la luz y el silencio se vuelve más acuciante, más exasperante, más frustrante. Y deseas gritar con el solo fin de, al menos, oír una gota de sonido en toda la inmensidad que dejas al respirar. Escuchas las respiraciones de los vecinos, sus jaleos y sus discernires, sus fiestas y sus discusiones y deseas tener a alguien a tu lado, aunque sea solo para discutir, alguien.

Ese alguien que tanta falta hace y que solo deja a su ausencia junto a nosotros, ese alguien que solo deja a la soledad pegada a nuestro cuerpo, pensamiento, alma. Y sigues esperando porque alguien regrese, porque alguien hable. Y miras la tonta pantalla del televisor, sujetando con desgana el mando y pasas de una cadena a otra, sin saber qué te venden o qué te pierdes, sin recavar información porque hasta eso te asquea ya.

Quieres huir de la mano de alguien más, evaporarte en otros mundos y sentir que alguna razón tuvo la existencia de tanta perdurabilidad. Y piensas, te pierdes por tus silencios, y ahondas en lo que deseas callar y esquematizas los problemas, les vuelves algoritmos matemáticos de nula resolución. Y piensas, sigues pensando. Miras el reloj y sigue siendo la misma hora.

Desesperante minuto que no pasa.