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Sheikk
— The Eternal Lovers
by-nc-nd
Published:
2009-05-29 14:48:46 +0000 UTC
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Description
Escuchadme....escuchadme atentamente...
Ésta es la historia de un hombre y de una mujer...
ésta es la historia del amor, de la muerte, y de los finos y delicados hilos que unen una vida...a otra...
"Él apareció un invierno nevoso. Bastó una mirada para hacer que su corazón deshiciese por dentro todo rastro de la más fuerte de las nevadas. "¿Quién es él?", se preguntaba ella, incesante, en las largas noches. "¿Quién es ella?", se preguntaba él, antes de cerrar los ojos y abandonarse, dócil y sumiso, a Morfeo.
Ella, hija de una familia adinerada, había crecido entre todo tipo de comodidades. "Hija, péinate", "Hija, no hagas lo que no te corresponde". Se sentía extraña entre el bastión de frío y delicado cristal en que su vida había transcurrido. Inconformista, cansada de romper todos los espejos hasta encontrar aquel que le devolviese su verdadero rostro, quería sentirse dueña de su futuro. Pero no encontraba las llaves.
Él, huérfano de nacimiento, creció sin más posibilidad que aprender a quererse. Descubrió que no quería ser un héroe, sólo quería ser viento; y se lanzó a la calle sin más objetivo que vivir. Bohemio y soñador, no temía a la muerte, pues pensaba que sólo era un recodo más en el camino de la vida. Amaba todo aquello que era libre, sin más dueño que sí mismo, todo aquello que le hacía enamorarse de la existencia: cada árbol, cada estrella, cada río...
Ocurrió un día de verano. Él, como de costumbre, andaba paseando por el bosque, recordando. Ella bajaba en un majestuoso carruaje, junto a su madre, por un sendero que venía de la montaña. Regresaba de otra aburrida reunión de cortesía. Entonces él, guiado por una fuerza inexplicable, ordenó con voz resuelta que pararan el carruaje. Ni siquiera sabía quién iba dentro. Ella, guiada por la misma fuerza inexplicable, supo que era él. Se apresuró a salir, evitando a su alterada madre, y se plantó justo delante de él.
Y, de nuevo, una fuerza inexplicable hizo que se besaran. Y los dos se dieron cuenta de que se conocían desde hacía años. Desde antes, incluso, de haber nacido.
Tenían los mismos ojos verdes.
Su madre, que había observado atónita la escena, se interpuso entre ambos. Escandalizada, atormentó a su "desairada" hija a lo largo de todo el camino de vuelta.
Pero daba igual. Ella seguía en otro lugar.
Él, también.
"Esta niña nunca aprenderá, ¿te lo puedes creer?. Ir besándose con vagabundos, cuyas andrajosas ropas vete tú a saber de dónde han salido...¿no has pensado en tu reputación?". Fue la perorata de los siguientes días.
Él, sin embargo, no tenía a nadie. Sólo se escuchaba a sí mismo. Y empezó a amar a esa mujer de la misma forma que amaba a cada árbol, a cada estrella, a cada río...
Y, antes de dormirse, miraba ella las estrellas, preguntándose si aquel extraño conocido las miraba también...
Y él, antes de apagar su pequeña fogata, miraba las estrellas, y se preguntaba si aquella mujer que tanto y tan poco conocía hacía lo mismo...
Entonces, él tomó una decisión. Se marchó.
Pasaron los años. Ella, anhelante del calor de él, se fue marchitando y perdió la esperanza de volverlo a ver. Tanto, que ni siquiera replicó a su padre cuando éste, con voz autoritaria, le comunicó que se casaría el 20 de Abril con un asentado noble, mucho mayor que ella. Y que él le proporcionaría una vida cómoda.
Llegó el día de la boda. "¿Alguien tiene algo que decir?", continuó el sacerdote, con el habitual discurso, aun sabiendo que nadie diría nada.
Entonces, volvió a aparecer. Abrió las puertas de improviso, y las cerró tras de sí.
Era él.
"Mírenme".
"Ya no soy un vagabundo".
"He luchado junto al mismísmo Rey. He conseguido una fortuna enorme".
"Mírenme, ¿me ven ahora más digno?", sonrió, irónico.
Ella, petrificada, recobró en un segundo el color y la alegría que el tiempo le había arrebatado durante años.
Entonces, sus miradas coincidieron. Y volvieron a ser aquellos jóvenes al lado del bosque. Aquellos dos perfectos desconocidos tan extrañamente conocidos. Y se olvidaron del mundo. Lo único que sus ojos verdes captaban eran otros ojos verdes.
Pero el noble la besó, sellando así su compromiso. De improviso. Fue tan rápido...
Tras unos segundos, que parecieron horas, él se pronunció.
"¿Me quieres?"
Ella miró a su alrededor. La gente, con su padre al frente, gritaba enardecida. "Ahora no puedes, ¡estás casada!"
Y su vida comenzó a pasar por delante de sus ojos, como si ya se le escapase, como si aquellos fuesen sus últimos segundos...
"Ahora no puedo....ahora no puedo...."
Él salió. La gente dijo haberlo visto desplomarse. Sin sufrir golpe alguno, allí, en la puerta de la Iglesia, murió. Nadie sabe de qué, pero murió.
El funeral se celebró al día siguiente.
Dejaron al muerto en el suelo, junto al hoyo de su tumba, tapado con un velo negro y dispuesto a ser enterrado.
Entonces, apareció una extraña figura cubierta por un velo blanco. Al llegar junto al muerto, se inclinó, se descubrió el rostro y, dulcemente, quitó el velo al muerto y le abrió los ojos. Esos ojos verdes.
"Mírame. Te quiero. Lo hacía antes de verte. Lo hacía antes de nacer". Y ella cubrió a ambos con su velo blanco. Lo besó en los labios y allí, junto a él, murió. Nadie sabe de qué, pero murió.
Como si se hubiesen amado en otra vida, como si su destino fuese morir así, juntos. Y juntos fueron enterrados, tomados de la mano.
Porque ellos ya se conocieron hace mucho, mucho tiempo...en un lugar lejano..."
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